La primera, anterior y última vez que pasé semana santa en Ayacucho fue en 1998. Luego de quince años he regresado y doy cuenta que la tradición y fe religiosa sigue viva y latente, pero convive con los las tendencias de la globalización, la ciudad, la juventud. ¿Tuvo que ser elegida la ciudad más religiosa para ser sede para el desenfreno de aquellos quienes consideran la semana santa como un cúmulo de feriados para la juerga y el hedonismo? Probablemente no había otra forma. En el 98 -mientras se recibía los primeros buses con huamanguinos que migraron forzosamente por la violencia política- en Huamanga se discutía entre la tradición y la modernidad; entre la religión y la fiesta; entre los que se fueron y los que se quedaron; entre las viejas y nuevas generaciones. Mientras tanto semana santa ya tiene un rostro más bullicioso, más comercial, más multitudinario...
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